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25 de octubre de 2014

Un cuarto de siglo de la 'desaparición' de Arceniega


Hacíamos referencia en la última entrada del blog al cambio de nombre de la villa: en vez de hacerlo bilingüe, se eliminó el castellano Arceniega y sustituyó por su versión vascuence Artziniega. Nos asomamos de nuevo al episodio para arrojar luz sobre él y valorarlo con la perspectiva añadida de, ya, un cuarto de siglo.
Con nuestro patrimonio histórico, lo mismo el material que el inmaterial, a menudo los responsables municipales han hecho y deshecho sin mayores miramientos, sin ofrecer razones ni sentirse en la obligación de rendir cuentas. Hoy nos ocupamos de un elemento importante de ese patrimonio inmaterial.

Dos fueron los argumentos que en su momento conseguimos extraer del Alcalde: la recuperación y afirmación de una identidad vasca para la villa, y la toma de la decisión por la mayoría de concejales. A nuestro entender se trata de puras evasivas: el primero implica, falsamente, que había que sacrificar un nombre para dejar lugar al otro, y el segundo no es una razón, sino una forma fácil de hacer callar a quien pide explicaciones.

La regla de la mayoría

Siendo el menos malo de los gobiernos posibles, la misma Wikipedia advierte de cómo “frecuentemente y de manera errónea, se confunde «democracia» con «regla de la mayoría»”, y añade:

«La utilización de la regla tiende a restringir el rol de mecanismos más complejos para alcanzar consensos, como los debates, las negociaciones y los acuerdos, y a potenciar la arbitrariedad y la ausencia de argumentos racionales en la toma de decisiones.»

Una cultura democrática fuerte, no reducida a mera fachada, prefiere la inclusividad, siempre que sea posible, a la imposición por mayoría. Y no fue éste el único déficit de calidad democrática que aquejó al proceso de cambio de nombre de nuestra villa, regulado por el Decreto 271/1983 y donde se subraya la importancia de “una participación ciudadana”.


Debatida en pleno municipal de 1985 la propuesta del grupo Arteniagako Gazteak, no parece que quedara muy claro si lo que se ponía en marcha era el proceso de cambio o la confección de un dossier. Congelado el tema durante 3 años, una repentina comunicación del Alcalde lo relanzó oficialmente, solicitando los preceptivos informes de Euskaltzaindia y Diputación Foral.


Tras recibirlos, el Decreto preveía que el expediente se sometiera “a información pública por un mes, para reclamaciones u observaciones”, no sólo en el BOPV y en el BOTHA, de difusión popular ciertamente limitada, sino sobre todo “en los tablones de edictos y lugares de costumbre. Tratándose de un adiós y no de una simple bienvenida, de suprimir y no sólo de añadir, lo esperable hubiera sido que el Ayuntamiento se movilizara para recabar la opinión de la gente.

En su lugar, se optó por la discreción: no sólo se prescindió de los mencionados "lugares de costumbre" (el bar de Chuchi, la fonda, el consultorio, el ayuntamiento antiguo), sino que, según confesión propia, el secretario municipal se desentendió de la única fotocopia del Edicto que había colocado, y le perdió la pista.
En un papel pequeño, la fijó con alfileres a uno de los tres  tablones portátiles que sin protección alguna se encontraban en el recinto del Ayuntamiento, siendo su obligación legal retirarla personalmente una vez transcurrido el plazo oficial. Quizá por eso, y no por inocente descuido, el certificado municipal correspondiente sólo da fe de que el anuncio se había expuesto en los dos boletines oficiales requeridos…


La poca resonancia del trámite se tradujo en que los desafectos que se tomaron la molestia de lanzar unas 'sediciosas' octavillas ni siquiera se debieron dar cuenta de que lo hacían durante el período legal en que podían presentar alegaciones.


Sin ser el medio ni el momento más adecuado para ello, en la entrevista al Alcalde en Egin, realizada en la semana entre el incidente y la finalización del plazo, sí se dejaba constancia de esa posibilidad de presentar alegaciones.


Por nuestra parte incurrimos en el mismo descuido, pese a haber escrito antes y seguir escribiendo después, tan a cara descubierta como inútilmente, a todas las instancias implicadas. No por eso el Alcalde, en otra entrevista local, dejaría de señalarnos con tintes conspirativos: "a lo mejor esta señora es la que no se ha atrevido a firmar las octavillas para que no la conozcan y pensando que no íbamos a enterarnos manda un escrito. Este llegó a mí como director de ese departamento de Diputación y en él oculta verdades y pone mi nombre como culpable".


Lo cierto es que, al final, la maquinaria legal pudo seguir su curso sin más perturbación que el derecho al pataleo y, a falta de más “participación ciudadana” que haber votado un par de años antes a los representantes que ratificaron el cambio en la proporción requerida el 9 de marzo de 1989, el Alcalde siguió proclamando, una y otra vez, que nadie había objetado 'en buena ley' y que él no era más que un mero instrumento de una voluntad mayoritaria.


El epílogo a todo el episodio, que resume muy bien su carácter, nos lo contaron: el rótulo en azulejo del ayuntamiento nuevo, de la misma solera que el edificio, fue reemplazado con nocturnidad de un día para otro –es de suponer que para evitarnos, a los más sensibles, el drama en directo de ver cómo se mandaba a la escombrera una parte de nuestra historia...


Pero hablábamos de un déficit de cultura democrática expresado en la voluntad de restar y excluir, en vez de sumar e integrar, y que, además, desechó la opción más consensual y neutra de un nombre bilingüe en favor de otra que requería, intimidatoriamente, que los inconformes se significaran dando un paso al frente para protestar.
Obviar la participación ciudadana y escudarse en la simple legalidad es una acusación a la que el Alcalde aún tuvo que volver a enfrentarse, en circunstancias diferentes y desde diferente sensibilidad: esos mismos fueron los reproches de Eztena, en la batalla en torno al modelo de desarrollo para el pueblo a la que también nos referimos en la entrada anterior del blog.
Y, en fin, que quien no podía ser sino árbitro decisivo, tanto dentro de su partido como en el Ayuntamiento, se empeñara en negar lo que dicen las apariencias y la lógica de las cosas, parapetándose tras mayorías en las que él sería uno más del montón, mera herramienta al servicio de otras voluntades, sólo puede seguir sonándonos a intento absurdo de esquivar responsabilidades y explicaciones.

Señalamos en su momento cómo limitar, innecesariamente, la oficialidad a un nombre difícil de pronunciar correctamente por parte de los no vascoparlantes era un flaco favor al propio nombre (macarronizado como Archiniega) y un estúpido empeño en dar la espalda a la realidad.
Lo hace más evidente el hecho de que optaran por los dos nombres lo mismo plazas más grandes y con una realidad vasco-parlante ininterrumpida, como Arrasate-Mondragón (cuyo nombre castellano figura, igual que el nuestro, en su fuero fundacional como villa), que otras más pequeñas, con nombre de origen eusquérico y aún mayoritariamente castellano-parlantes, como las de nuestros vecinos ayaleses.


No sabemos qué empujó al Alcalde fuera de la centralidad que le correspondía como alcalde de todos los arceniegueses, porque escudándose en su supuesta irrelevancia ha evitado decirlo. Nada, en todo caso, que justificara borrar a Arceniega del mapa ni expulsar a la realidad real fuera de la oficial.

La ilusión del origen

Arrasate fue un caserío anterior a la fundación de la villa de Mondragón, construida de nueva planta al otro lado de la colina, en un lugar próximo pero diferenciado y que, por eso, pronto contó con su nombre eusquérico propio, Mondragoe, derivado del original castellano. A la hora de tener que escoger entre uno de los dos nombres vascos, se prefirió el que evocaba un origen vasco anterior -algo que lamenta razonadamente Ana Isabel Ugalde tras su repaso de los 750 años de Mondragón:

 «Mondragoe casi ha desaparecido del lenguaje y en su lugar se usa Arrasate, como si fueran la misma cosa. Arrasate es un topónimo muy importante en la historia de Mondragón, pero, en mi opinión, no podemos confundir el uno con el otro, en nombre de un purismo mal entendido. Los topónimos nos hablan de una historia muy nuestra y nos ofrecen más información de la que creemos. Los nombres son un tesoro inestimable para que sepamos quiénes somos.»

En la propuesta de Arteniagako Gazteak que sirvió de inicio al procedimiento de cambio de nombre, se daba como razón para adoptar en exclusiva el de Artziniega propuesto por Euskaltzaindia que “parece ser este el nombre del que proviene el actual”. Así pues, se abandonaba el más ilusionante de Arteniaga (de “arte: encina”), que habría conectado a nuestra villa con el encinar ancestral del Santuario, pero al menos, al amparo de la autoridad de la Real Academia de la Lengua Vasca, se mantenía una anterioridad cronológica. Al mismo tiempo, aplicando la mencionada lógica de "purismo mal entendido", se sacrificaba la historia en favor de un absurdo ajuste de cuentas con ella:


Ahora bien, el informe de Euskaltzaindia no habla del origen de nuestro nombre, sino que se refiere a la pronunciación vasca del topónimo en la época de la fundación de nuestra villa. Y lo cierto es que, aun derivando la forma castellana actual de la vasca, según lo que dicen los estudiosos lo más probable es que su origen primero no sea eusquérico ni naciera en un ambiente vascoparlante.
El informe señala también que la forma gráfica que aparece en el fuero era Arceniega, cuya 'c' se pronunciaba en el castellano de aquel entonces como [ts] (la 'z' en la variante Arzeniega, a su vez, tenía la pronunciación castellana [dz], uniéndose ambos sonidos más adelante en el que hoy tiene):

«Que Arceniega, sin duda alguna pronunciado Artzeniega, es la forma que aparece en el fuero de población, de 1272, copiado por Landazuri del original desaparecido.»

Y sin embargo, leyendo incorrectamente a Euskaltzaindia, en la entrevista al alcalde que incluíamos antes se incurría en el flagrante lapsus de atribuir al informe la confirmación de que la forma original en nuestro Fuero era Artziniega:

«el lunes se recibió en el Ayuntamiento el dictamen relativo a la denominación euskérica del municipio remitido por Euskaltzaindia. En éste se confirma el término de "Artziniega", forma que se indica aparece en el fuero de población de 1.272, copiado por Landazuri del original desaparecido.»

Pero puestos a retroceder en el tiempo en busca de 'el origen', hay que hacerlo primero hasta los romanos, cuya calzada Burdigala-Asturica enlazaba Salvatierra con el país de los Cántabros pasando por nuestro valle. El conocido investigador local Félix Muguruza, colaborador habitual en la revista Avnia, propone un nombre de persona latino como base de nuestro topónimo:

«Son muchas las vueltas que se le han dado a la terminación -ika. En nuestra opinión debe tratarse de una reducción del sufijo posesivo indoeuropeo -iaka del cual surgieron tanto -iaka (Arsenius + iaka > Arseniaka > Arseniaga, la actual Artziniega o Mariaka en Amurrio a partir de Marius + iaka) como sus reducciones en -ika.» (200 Nombres de Llodio, 1997)

Joaquín Gorrochategui, discípulo de Koldo Mitxelena y probablemente la máxima autoridad en vasco antiguo, también se ha referido a esta familia de topónimos con terminación -i[a]ka (concediéndoles una significación especial sobre la que luego volveremos):

«se ha sugerido que el origen de los frecuentes topónimos terminados en -ica, muy frecuentes en Bizkaia, como Gernika, Sondika, Gabika, etc, remonta a un sufijo céltico -ico/-a, habitual en la formación de derivados onomásticos, cuya foma -ica se atestigua en el topónimo várdulo Gabalaica y caristio Tullica (trasmitidos por Ptolomeo).»
 (Vasco antiguo: algunas cuestiones de geografía e historia lingüísticas, 2009)

Y efectivamente parece que indoeuropeos, más concretamente celtas, debieron ser los indígenas que sufrieron la romanización en el caso de Arceniega. Por un lado se halla enclavada en lo que las fuentes antiguas señalan como territorio del pueblo Autrigón, formado por las Encartaciones, la esquina noroccidental de Álava y partes de Burgos; a diferencia del desacuerdo sobre Caristios y Várdulos, hay un consenso generalizado en cuanto a su identidad celta.



En Arceniega, aparte de restos romanos, se encontró, en 1787, un ara luego perdida dedicada a una divinidad celta Sandaus o Sandaquinnus por parte de un tal Sandus, nombres todos relacionables con una ciudad costera autrigona o cántabra Sandaquitum, situada en la misma vía romana aludida antes, y un río también cántabro de nombre Sanda al que quizá también remitiría nuestro Sandolla (Álava pre-romana y romana. Estudio lingüístico, M.L. Albertos 1970). La autora de estas observaciones insiste en el vínculo cántabro:

«El sufijo -eco-, tiene el tratamiento cántabro -iego, señalado a propósito de Arceniega, y otros. Señalemos que los topónimos Lanciego, Elciego (que no creo que tenga nada que ver con “ciego”) y Samaniego están en la vertiente meridional de la Sierra de Cantabria, mientras Arceniega se encuentra en territorio en otro tiempo poblado por Autrigones y Cántabros.»

Si miramos hacia las Encartaciones, con las que nuestra zona comparte no pocos nombres de lugar, resulta que prácticamente todos los topónimos pre-latinos son explicables a través del indoeuropeo, y en algunos casos se adivina más específicamente alguna lengua celta (Hacia una cronología de la toponimia en Las Encartaciones, Fernando Fdez. Palacios 2011). Las primeras menciones documentales, del siglo IX, son Carranza y Sopuerta, de origen pre-latino no vascuence y latino respectivamente, y la llegada de vasco-parlantes se habría producido sobre dos romances: uno más arcaico, que se aprecia en nombres como Peñalba, y otro más propiamente castellano:

«En resumen, para los municipios situados más al este quizá la clave explicativa de la presencia del vascuence puede estar en la Alta Edad Media, no sólo en los opacos siglos VII-VIII d. C., sino sin duda también más adelante. La zona oeste está casi desprovista de toponimia vascuence y la que hay podría explicarse recurriendo a casos particulares y más o menos puntuales [...] Si este panorama fuera cierto, la llegada de hablantes de vascuence se habría producido sobre una capa romance [...] prácticamente la única conclusión que parece afirmarse con ciertas garantías es que es en la Tardoantigüedad-Alta Edad Media y no antes cuando comienza a hablarse vascuence en la zona [...]»

La versión oficial ha sido que “El euskera en Alava ha pervivido –‘desde siempre’, como suele decirse– a lo largo y ancho de su historia y de su territorio” (El euskera en Álava, Joseba Intxausti 1994), suponiendo para las tres provincias que, si después se habló, tendría que haberse hablado antes también -y que, por lo tanto, habría acabado triunfando la 'resistencia'.
Frente a esa postura, otros especialistas han venido defendiendo desde hace décadas una 'vasconización tardía' del País Vasco, a partir de un aporte poblacional desde la Aquitania francesa -donde la lengua vasca ocupaba un amplio territorio y ha dejado numerosos vestigios, frente a la escasez peninsular. Aunque en su versión más extrema ni siquiera los vascones navarros están libres de sospecha, desde una postura más prudente (La extensión, intensidad y cronología del vascuence peninsular antiguo, F. Fdez. Palacios 2013) lo que sí se da por establecido es que

«nos hemos quedado sin testimonio de vascuence antiguo en territorio caristio y várdulo. Permanecen el territorio vascón y partes del norte de Aragón como lugares en donde se manifiesta con más firmeza el vascuence antiguo [...] En definitiva, que se nos manifiesta como una lengua de carácter fundamentalmente pirenaico y muy posiblemente extendida a las zonas llanas inmediatas.»

En los últimos años, la hipótesis de la 'vasconización tardía' ha vuelto a cobrar fuerza por descubrimientos arqueológicos y como solución a toda una serie de interrogantes que culminan en la vitalidad medieval del Euskera, de la que surgieron los dialectos:

 «Disponemos de diversidad dialectal porque los dialectos se han formado a partir de la tardoantigüedad (s. VI-VII). Siendo, por tanto, un proceso de difusión que ha tenido un punto de partida (entorno de Pamplona) y que se ha desarrollado a través de varios siglos y situaciones históricas hasta dar el mapa lingüístico bajomedieval. En este camino ha ido cubriendo las realidades lingüísticas indoeuropeas y latinas que encontró a su paso en los territorios de Álava, Guipúzcoa, Vizcaya, La Rioja o norte de Burgos. Sin vasconización tardía no existiría, posiblemente, la lengua vasca en la actualidad.» (El caso de la "vasconización tardía", Joseba Abaitua y Mikel Unzueta 2010)


Gorrochategui, reacio a aceptar la hipótesis, en el trabajo que mencionamos más arriba da tres argumentos en contra "de una introducción tardía del vascuence en el País Vasco, digamos en época visigoda o franca", y uno de ellos gira alrededor del (-iaka >) -ika que Muguruza propone para el origen del nombre de nuestra villa:

«Si no se admite la presencia vasca antigua, hay que suponer que el sufijo pasó en préstamo primero al latín hablado en la zona durante los primeros siglos del Imperio, desde el cual pasó más tarde al vasco llegado al lugar a fines de la antigüedad o comienzos de la Edad Media [...] sería esperable que, de haberse producido la vasconización en esa fecha, alguno de los reflejos toponímicos vascos del sufijo -ica fuera sonoro» [es decir, con "g" en vez de "c"]

Copiamos a continuación la respuesta de Abaitua y Unzueta, pero lo que nos importa resaltar es que, incluso si Gorrochategui estuviese en lo cierto y haya habido presencia vasca antigua en territorio Caristio y Várdulo, según la lógica de su argumento la "g" en la forma vasca Artziniega reconocida por Euskaltzaindia implica que la llegada de vascoparlantes a nuestra zona fue posterior a una forma romance ya existente:

«Los topónimos con sufijo en -ica de origen celta ¿por qué habrían de sonorizar en un territorio de sustrato celta, romanizado entre los siglos I-V y receptor a partir del siglo VI de una lengua que mantiene las sordas en esa posición? No hace falta un sustrato vasco antiguo para explicarlo, entre otras razones porque la sonorización de la consonante sorda intervocálica es un fenómeno muy posterior.»

¿Qué significa todo esto? Hasta donde podemos llegar, y sin contar una posible lengua pre-indoeuropea (del tipo del vasco o el ibero, pero no una de ellas), 'primero' se debió hablar en nuestra zona alguna lengua indoeuropea, probablemente celta; con la romanización se instaló el latín vulgar, del que saldrían los romances; es posible que hubiera elementos de más de uno para cuando llegó el euskera, que perduró como lengua predominante durante bastantes siglos; hace unos trescientos años volvieron a cambiar las tornas y nuestra villa se fue castellanizando hasta llegar al monolingüismo… Y desde el posible Arseniaka original hasta el Arceniega llegado a nosotros, los episodios de esa historia tan rica han dejado cada uno su propia huella en nuestro nombre.


Eliminados el antes y el después a Artziniega, y proyectando así la ilusión de un solo origen, la historia de nuestra villa resulta tan de cartón-piedra como la puerta de la muralla erigida durante años para el Mercado Medieval. Los mismos años en que, no pocas veces, se ha maltratado nuestro patrimonio arquitectónico y paisajístico real -por el triunfo de intereses del momento, no porque hayan faltado recursos, tanto legales como económicos.

En el caso de los que se dedican al mantenimiento de la memoria etnográfica de nuestra villa, la proximidad en el tiempo de esa memoria y su carácter híbrido deberían ser garantía de un enfoque integrador y plural. En lugar de eso, contribuyendo a la unidimensionalidad, las publicaciones correspondientes llegan al extremo de 'higienizar' los documentos de época y suprimen por sistema cualquier referencia al nombre 'equivocado':

Gurdia nº28

Un veto que nos recuerda a esas fotos de las que, tras la última purga política, terminan desapareciendo sin dejar rastro los caídos en desgracia... No nos puede extrañar, por más que resulte descorazonador, que en una visita guiada reciente corrigieran a una persona amiga por pronunciar en un comentario, sin ninguna intención particular, el nombre que le es más familiar y el único que sabe pronunciar correctamente.

De vuelta de 'el origen', de vuelta a los orígenes

No había, hace un cuarto de siglo, nada parecido a un clamor popular pidiendo el derrocamiento de un nombre impuesto, porque no lo era; ni una vez quirúrgicamente extirpado se ha alzado otro clamor contrario pidiendo su reinstauración. Para bien y para mal, el poder, también en democracia, se ejerce más desde arriba hacia abajo que desde abajo hacia arriba, y con la fuerza de los hechos consumados. Precisamente por eso cabe esperar y exigir que se haga con sentido de la responsabilidad y amplitud de miras, sobre todo cuando se trata de la instancia más próxima a los vecinos.

'Desapareciendo' Arceniega, se avasalló con un ejercicio de democracia superficial el fruto de siglos de devenir histórico, cuando lo mínimo esperable respecto al patrimonio, material o inmaterial, es que se mantenga a salvo de veleidades personales y del momento. Habitamos el presente, y muy bien está que ahora se quiera subrayar el componente vasco; pero no tendría por qué ser, innecesariamente, a costa de los sentimientos de más o menos vecinos ni de la versión íntegra de nuestro pasado reflejada en un nombre que ha cambiado al ritmo de nuestra villa.

A propósito de la demolición del estadio de San Mamés, cerraba un escritor su reflexión sobre los alcaldes amigos de la piqueta, “dedicados sin tregua a arrasar nuestro tiempo y nuestro espacio; es decir, nuestros recuerdos”, con un comentario que creemos traducible al plano de lo que hemos tratado en esta entrada:

«A veces tiene uno la extraña sensación de que los políticos de nuestro país carecen de algo común a la mayoría de los humanos: la memoria sentimental [...] No es que yo crea que hay que conservarlo todo indefinidamente. Hay cosas que cumplen su función durante un tiempo y ya está, como seguramente San Mamés. Pero lo que supone una agresión para los individuos es el cambio gratuito y la demolición constante, con vistas a enriquecerse unos cuantos.»

En un típico ejercicio de utilización de la letra de la ley traicionando su espíritu, se eliminó el nombre de nuestra villa al amparo del Decreto 271/1983. En él, aunque resulte una ironía, lo que se quiere encauzar es

«el justo afán del municipio por recuperar nombres que constituyen su acervo histórico y cultural»

Parece, pues, que va siendo hora de apelar a ese mismo afán y espíritu para que se nos restituya. Y junto a él, un presente y un pasado más completos: sin vetos y sin bótox.

2 comentarios:

  1. Hace mucho que no publicas nada y es una lástima, porque es muy interesante todo lo que escribes sobre este hermoso pueblo de Arceniega, el pueblo de mis ancestros y por ello me interesa mucho conocerlo a fondo.

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  2. Sí, pasa demasiado tiempo, lo siento y me duele... Yo también disfruto con lo que atañe a nuestro rincón. Pronto saldrá una nueva entrada, muy rica en temas urbanísticos con los que tanto he trabajado y... sufrido. Ese querido rincón se había mantenido muy auténtico, pero jactándose de la mucha protección asignada, sus valores han salido muy disminuídos, malamente falseados.














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